Valdeorras- Teixadal de Casaios

Textos y fotos: Guillermo Cachero
Mina de Valborraz: Un Testimonio Olvidado de la Historia y el Museo de vilanova a Veiga.
La mina de wolframio de Valborraz, también conocida como la mina de los Alemanes, se encuentra en el flanco sur del Sinclinal de Truchas, a 1.300 metros de altitud. Emplazada sobre pizarras y cuarcitas ordovícicas y silúricas, ha sido testigo de una historia marcada por la intrusión de granitos con diques de cuarzo, desencadenando un fuerte metamorfismo en la zona.
En la apacible aldea de Vilanova, perteneciente al municipio de A Veiga, a unos 1.220 m de altura, con una población de entre 8 y 10 habitantes en el periodo invernal se erige un museo en construcción. Este espacio narrará la extraordinaria historia de un mineral descubierto en 1783 por dos hermanos vascos, Juan José y Fausto Elhuyar Lubice. Su hallazgo derivó en el ácido tungsteno, obtenido a partir de la Wolframita mediante un proceso químico pionero.
Dentro de este museo, ubicado en una antigua vivienda abandonada que está siendo restaurada, reposa una reliquia: una antigua máquina de vapor. Este modelo, fabricado al parecer en 1918 por Ruston, Proctor & CO en Lincoln, Inglaterra, llegó a estas tierras alrededor de 1940. Aunque su estado actual sea deplorable, la intención es restaurar esta "Locomóvil", como la han apodado, y exhibirla en el museo, ofreciendo una visión de lo que representaron las minas de Wolframio para la comarca, abarcando desde 1918 hasta 1950.
La historia de esta máquina, bautizada como "Locomóvil" por su capacidad de desplazamiento y ejecución del trabajo en el lugar de destino, está vinculada al uso de un combustible peculiar: el "torgo", la raíz del brezo. Esta planta no solo generaba calor, sino que sus raíces eran altamente valoradas para la fabricación de pipas de fumador, ya empleadas en las viviendas del pueblo para calefacción. A pesar de su potente brasa, su característico aceite al quemarse dejaba un olor desagradable en la piel y la ropa de quienes lo usaban.
En 1820, el químico sueco Bercelius logró obtener tungsteno mediante una reducción con hidrógeno, marcando el inicio de un uso más extenso de este metal. A pesar de un desarrollo inicial lento, sus cualidades únicas lo distinguían: resistente, de alta densidad, difícil de fundir, con una dureza comparable a la del diamante, estabilidad ante el calor y productos químicos, buen conductor y bajo impacto ambiental. Este mineral, calificado como recurso mineral crítico por la Unión Europea, es escaso y se encuentra mezclado con otros minerales en la corteza terrestre.
La obtención del Wolframio implica su fusión con carbonato de sodio y agua caliente para obtener ácido clorhídrico, a partir del cual se obtiene ácido túngstico. Este, tras un proceso de composición, lavado y secado, se convierte en óxido de tungsteno, reducido posteriormente con hidrógeno en un horno eléctrico.
El descubrimiento de las propiedades del Wolframio marcó una revolución, especialmente en la fabricación de bombillas incandescentes. Su filamento, al ser cargado eléctricamente en un espacio vacío, se iluminaba sin fundirse, gracias a la capacidad del tungsteno de resistir temperaturas cercanas a los 6000 grados al entrar en fusión sobre los 400 grados.
Sus usos se diversificaron ampliamente: desde brocas industriales, herramientas dentales, componentes de motores y turbinas, hasta su presencia en pantallas LCD, interruptores eléctricos, cables de calefacción y sistemas de vibración de teléfonos móviles, entre otros.
Sin embargo, su papel más crucial se reveló durante la Segunda Guerra Mundial, cuando científicos nazis reconocieron su capacidad para proteger los tanques Panzer. Al recubrir el interior de los cañones con Wolframio, lograron que resistieran el impacto de los proyectiles, solucionando así un grave problema que enfrentaban estos vehículos.
La escasez de este mineral llevó a los nazis a buscarlo fuera de sus fronteras, y dado que en Rusia y China se encontraba el mineral, no eran precisamente estos dos estados afines a su causa, y la posibilidad de obtenerlo en Galicia, España, les resultó prometedora al contar con el respaldo del General Franco.
Descubierta a finales del siglo XIX por el ingeniero belga Edgar D´Hoore, un geólogo dotado de gran cultura y amante del montañismo, que llegó a Trevinca con la intención de explorar la riqueza de su tierra, se topó con un territorio que desafiaba sus suposiciones preconcebidas.
Surge entonces la empresa belga Mines de Wolfram de Valborraz, establecida para explotar esta mina de wolframio. Según la Estadística Minera de España y los informes oficiales, tras un inicio prometedor en 1913, la explotación se vio menguada por el estallido de la Primera Guerra Mundial. Diversos avatares, entre ellos las restricciones financieras provocadas por la guerra y factores meteorológicos, como una tormenta en 1917 que destruyó el taller de procesamiento del mineral, contribuyeron a su declive. Tras el fin de la contienda en 1918, las instalaciones quedaron abandonadas.
No sería hasta 1938 que los alemanes adquirieron los derechos sobre la mina. Bajo la dirección de ingenieros alemanes, la actividad minera se mantuvo hasta el término de la Segunda Guerra Mundial en 1945, registrando sus mayores producciones en los primeros años del conflicto. La mano de obra recayó en 463 presos republicanos, empleados para redimir sus condenas trabajando en las minas. Junto a ellos, hombres, mujeres y niños de pueblos cercanos encontraron en este trabajo una fuente de ingresos.
El yacimiento, localizado en pizarras de la formación Pizarras de Luarca, está asociado a granitos greisenizados cercanos. Se trata de un yacimiento filoniano con filones de cuarzo que contienen wolframio, a veces dispersos o concentrados en áreas adyacentes.
Las operaciones mineras cubrieron casi 2 kilómetros de longitud, alcanzando profundidades de hasta 500 metros. Se emplearon diversas técnicas, desde trincheras iniciales hasta galerías subterráneas. Aún se conservan escombreras y restos de instalaciones de lavado y preparación del mineral de distintas épocas.
El trabajo en las minas era sumamente peligroso: la extracción se llevaba a cabo en túneles estrechos de apenas 60 cm, donde al picar el material, el polvo levantado, a pesar de las precauciones donde se les proporcionaba un trapo para tapar nariz y boca, les afectaba gravemente los pulmones, causando silicosis. Además, los residuos de wolframio, al ser partidos, generaban un polvillo aún más perjudicial que la silicosis: microscópicas láminas de wolframio que, al ingresar al pulmón, causaban lesiones internas, a ello hay que añadir el arsénico. Para los presos políticos, trabajar en estas condiciones no representaba una redención de sus penas, sino más bien una condena a muerte sin la necesidad de recurrir a un pelotón de fusilamiento.
La mina belga transportaba el concentrado a lo largo de un camino carretero de 25 kilómetros hasta la estación ferroviaria de Sobradelo. Los alemanes, por su parte, construyeron una pista de acceso para vehículos en 1940, conocida como la "pista de los alemanes", que todavía se encuentra en buen estado.
Durante la guerra de Corea (1950-1953), empresas españolas reactivaron la mina, erigiendo un horno de calcinación para la arsenopirita. Fueron los estadounidenses quienes, en ese periodo, se interesaron por el mineral. Muchos trabajadores lo sustraían y llevaban a cabo contrabando en áreas cercanas a las minas, refugiándose en refugios de piedra durante los meses de extracción. Si la guardia civil los descubría, se enfrentaban a disparos.
No obstante, todas las operaciones cesaron en 1963, marcando el abandono definitivo de las instalaciones.
Desde entonces, la mina ha permanecido en un estado de abandono, siendo testigo silencioso del deterioro de un patrimonio cultural. Un artículo publicado en 2010 informó sobre su triste estado, resaltando el derrumbe de una escombrera sobre el poblado minero de Valborraz.
Este antiguo enclave, una vez lleno de vitalidad y relevancia estratégica, descansa ahora en el olvido, susurra en silencio sobre épocas pasadas que podrían desvanecerse en la memoria colectiva. Sin embargo, gracias a la visión detrás de la creación del museo de Vilanova de A Veiga, se abrirán las puertas hacia la memoria de una mina cuyo mineral, en manos correctas, ha sido y sigue siendo de gran importancia, pero que en manos equivocadas ha acarreado tragedia y muerte.
Esta zona de España ha sido testigo del sufrimiento de muchos de sus habitantes, quienes se vieron obligados a emplearse en un trabajo que conllevó la desgracia y la pérdida de vidas. El museo se erige como un faro que ilumina no solo la historia de la mina, sino también las vicisitudes y los sacrificios de aquellos que estuvieron involucrados en esta actividad minera tan peligrosa y desafortunada.
Será a través de este museo que se podrá comprender la dualidad de este recurso: cómo, en manos adecuadas, ha contribuido al progreso y, en contraste, cómo su mal uso y explotación han dejado un legado oscuro y doloroso en esta región. Es un testimonio vivo que despierta conciencias y recuerda la importancia de preservar y gestionar de manera responsable los recursos naturales para evitar que tragedias pasadas se repitan en el futuro.
El Tesoro Natural del Teixadal de Casaio: Galicia's Ancient Forest:
un paisaje lunar formado por montañas de escombros (no es una metáfora: literalmente, montañas) de las minas de pizarra que han socavado este paraje hasta sus cimientos.
Pese a ir en un resistente todoterreno, la inconsistencia de la pista, abierta directamente sobre las escombreras, y la actividad de los gigantescos camiones y bulldozers convirtió el avance en una actividad de riesgo. Una y otra vez nos veíamos obligados a detenernos y retroceder en busca de otra vía cuando la pista que seguíamos acababa bruscamente al borde de un despeñadero de escombros.
Uno de estos parajes son los que rodean la ruta de las lagunas glaciares de Ocelo y de A Serpe, dos lagos con millones de años y que cuyo singular origen glaciar es escaso en Europa. Además, entre las montañas más altas de Galicia también se encuentra el Teixadal de Casaio, uno de los bosques de tejos más grandes e importantes de Europa y uno de los más antiguos de la Península Ibérica, que cuenta con más de 300 de estos singulares ejemplares.
Conocido como "el bosque inmortal" este lugar se encuentra en el Concello de Carballeda de Valdeorras y se trata de una de las pocas reservas de tejos que todavía se conservan intactas.
El Teixadal de Casaio, en las tierras de Trevinca, municipio de Carballeda de Valdeorras, resplandece como el bosque más antiguo de Galicia, una joya natural sin parangón en Europa. Este pequeño enclave alberga unos 400 tejos, algunos con más de 500 años de antigüedad, testigos de la época de la conquista romana. Los tejos, que cuentan con partes tóxicas en todas sus partes, se dice que fueron utilizados por los últimos defensores celtas de Gallaecia contra la conquista romana.
Situado en un enclave de difícil acceso, milagrosamente preservado de la actividad minera, el Teixadal de Casaio demanda una caminata por senderos desafiantes y empinadas pendientes, reservado para aquellos en óptima forma física. Quizás sea esta inaccesibilidad la clave de su supervivencia.
Si decides visitar el Teixadal, debes tratarlo con el respeto que merece, casi como si se tratase de una catedral. La erosión del suelo por la actividad humana es su principal amenaza. Es crucial evitar salirse del sendero, tocar o dañar los árboles, o causar disturbios que espanten a la fauna local. El bosque y sus habitantes merecen paz y tranquilidad.
Por qué esta Ruta
Catalogado como uno de los bosques de tejos más importantes de Galicia y España, el Teixadal es una rareza botánica y un espectáculo paisajístico de singular belleza. Adentrarse en él es sumergirse en un mundo mágico, donde la luz se filtra entre las ramas y las formas caprichosas de los tejos se entremezclan con serbales, acebos y abedules.
El Teixadal de Casaio ocupa el Macizo de Peña Trevinca, en el municipio ourensano de Carballeda de Valdeorras, extendiéndose sobre 2 hectáreas. Los tejos, especie predominante, conviven con otras variedades vegetales, en un bosque cuyo origen se remonta al Terciario, hace más de 400,000 años.
Recorrido
El acceso al Teixadal implica atravesar un terreno de minas de pizarra y wolframio, ascendiendo desde la ermita de San Xil en Rozadais hasta el Paso do Seixo. Desde aquí, se abandona el paisaje lunar de las explotaciones para adentrarse en la belleza del valle del arroyo San Gil, con los picos del Macizo de Trevinca y el Teixadal como telón de fondo.
La caminata hacia el Teixadal implica seguir estrechos senderos, divisando el valle del arroyo Penedo y haciendo paradas en miradores como Fragoso para apreciar la majestuosidad del valle. Cruzando el arroyo Penedo, finalmente se llega al Teixadal, donde termina la ruta.
El regreso se realiza por el mismo camino, ofreciendo la oportunidad de descansar y absorber la esencia de este icónico bosque.