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HOSPITAL REYES CATÓLICOS-SANTIAGO DE COMPOSTELA

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En cada paso, a lo largo del ancestral Camino de Santiago, existe un propósito que guía a los viajeros: alcanzar la Plaza del Obradoiro, un espacio sagrado donde se alza la majestuosa Catedral del Apóstol, guardián de la tumba del discípulo de Cristo. Sin embargo, esta plaza, cargada de historia y devoción, no se encuentra sola en su grandeza. A su alrededor se erigen el Colegio de San Xerome, sede del rectorado universitario, el imponente Palacio de Raxoi, que acoge al Ayuntamiento de Santiago, y el hospital de los peregrinos, conocido como el Parador Nacional de los Reyes Católicos.

Este Parador Nacional, que se alza imponente, atesora en sus piedras una historia que merece ser explorada y conocida. En los comienzos, tejido con hilos de caridad y cuidado, les presentamos un recorrido por este rincón histórico que, lamentablemente, con frecuencia no recibe el aprecio esencial que ha ejercido durante casi cinco siglos.

La crónica se origina allá por el año 1488, tras el viaje de peregrinación de los Reyes Católicos a Santiago. Durante su estadía, se encontraron con la desgarradora realidad de los peregrinos exhaustos y maltratados, llegados al fin de su jornada, con heridas infligidas por asaltos en el camino o por las inclemencias del clima. Un hospital arcaico, incapaz de brindar el cuidado necesario, se encargaba de su atención, dejando brechas en la asistencia requerida. Muchos, debilitados por la escasez de alimentos, perecían en los suelos de la catedral y otros rincones, abandonados y sin refugio. Al ser testigos del lastimoso estado en que encontraban a los peregrinos, se embarcaron en la empresa de erigir un hospital nuevo, capaz de proporcionar un "cumplido y decoroso servicio a todos los devotos, enfermos y sanos que a la ciudad llegaren".

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El año 1492 marcó un hito, tras la caída de Granada y la consolidación de los Reyes Católicos como monarcas de la península. Decidieron mostrar gratitud por la ayuda que creían haber recibido del apóstol Santiago. Con un gesto sincero, dirigieron su apoyo a los futuros peregrinos que llegarían a Santiago. Mediante una orden expresa, encargaron la construcción de un hospital que brindara atención de máxima calidad. Y así, destinaron parte de las "rentas de guerras" para financiar esta encomiable empresa. El espíritu que animaba este proyecto quedó claro en sus palabras: "Los peregrinos, tanto pobres como ricos, deben ser recibidos y venerados caritativamente por todas las personas cuando van o vienen de Santiago. Pues quienquiera que los reciba y los hospede con diligencia, no solo tendrá a Santiago como huésped, sino también al Señor".

La orden fue ejecutada con celeridad, y para el año 1501 el hospital ya estaba en funcionamiento. Además de dotarlo de su propia normativa, se demarcó su límite con cadenas que aún persisten alrededor del Parador. La ubicación, adyacente a la catedral, fue elegida sabiamente, dado que el anhelo primordial del peregrino era postrarse ante los pies del Apóstol. Para ceder espacio a esta institución vital, se sacrificó un barrio completo. Este hospital no solo sirvió a los peregrinos, sino que también se convirtió en un centro de atención para la población en general.

La estructura misma del hospital, diseñada con una cruz central y patios independientes, marcó un hito en la innovación sanitaria. Esta distribución permitía separar a los enfermos según su condición y género, y los patios garantizaban una ventilación adecuada para prevenir contagios.

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A lo largo de los siglos, el hospital experimentó expansiones y mejoras. De sus modestos comienzos en el siglo XVI, con una iglesia y dos claustros, evolucionó y se expandió en el XVIII después de un derrumbe parcial. La ampliación posterior dio origen a dos claustros adicionales y a una escalera barroca de Ferro Caaveiro, que conectaba el patio izquierdo con el primer piso. Estos cuatro claustros, bautizados en honor a los cuatro evangelistas, resguardaban historias y esperanzas entre sus muros, destacándose el Claustro de San Lucas por su forma distintiva ochavada.

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Adentrémonos en el interior de este recinto. Sus salones, impregnados de una belleza imponente, cuentan la historia de siglos de atención y devoción. La fachada, adornada con un retablo gótico plateresco que exhibe pequeñas esculturas bajo dorsales calados y grotescos, es una introducción al mundo de maravillas que se encuentra detrás de ella. Figuras de los doce apóstoles se alinean en un friso que emula un arco triunfal romano, mientras medallones sobre el arco capturan los semblantes de los reyes Isabel y Fernando. La ventana del Aposento Real, un espacio reservado para hospedar a los monarcas durante sus visitas a Compostela, se encuentra sobre el friso y está flanqueada por imágenes sagradas. Dos escudos monumentales, emblemas de Castilla, enmarcan la portada, mientras que san Juan Bautista y la Magdalena observan desde los laterales de la puerta principal.

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Al adentrarnos en sus espacios, una disposición rectangular con cuatro patios nos recibe. El primero de estos patios, a la izquierda, es un compendio artístico que no pasa desapercibido. En él, la puerta que conduce a la antigua sala de San Luis se destaca, prometiendo historias de antaño. El corazón del hostal alberga una capilla ojival de un esplendor tal que fue declarada Monumento Nacional en 1912. Esta capilla de cruz latina, situada entre los patios, resalta por su crucero al que se accede a través de una reja de hierro, una obra maestra del cerrajero francés Guillén. La bóveda de este crucero, esculpida en piedra litográfica de Coimbra, es una obra de arte en sí misma.

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Este hospital, concebido por los Reyes Católicos como una muestra de gratitud, ha resistido la prueba del tiempo. Y aunque fue creado para dar asistencia y alojamiento a los peregrinos, con el tiempo su necesidad menguó y, desde 1954, evolucionó en un magnífico hotel, continuando su antiguo compromiso de hospitalidad.

A lo largo de las centurias, el Hospital Real de Santiago ha sido mucho más que un edificio. Ha sido un faro de esperanza y un refugio en medio de la incertidumbre del camino. Las historias de peregrinos y viajeros, entrelazadas con las paredes de piedra y las bóvedas intrincadas, perduran como un tributo a la nobleza humana. Cada ladrillo de esta estructura encarna la generosidad y la fe, la voluntad de cuidar y ser cuidados. Y aunque su papel se ha transformado con el tiempo, el espíritu de hospitalidad sigue ardiendo en su núcleo, como una llama perpetua que ilumina el Camino de Santiago.

Esta es la historia de un edificio que, para los peregrinos que llegan en la actualidad, podría pasar desapercibido como un simple parador. Sin embargo, a través de este reportaje, aspiramos a que quienes lleguen a la Plaza del Obradoiro lo observen con nuevos ojos, comprendiendo la importancia humanitaria que ha desempeñado a lo largo de los siglos.

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