Torre de Belém
Si hay un icono que destaque entre los numerosos monumentos de esta hermosa ciudad, es la Torre de Belém, designada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, junto al Monasterio de los Jerónimos y el Monumento a los descubrimientos.
Textos y Fotos: Guillermo Cachero
De estilo manuelino, al igual que el monasterio, fue construida entre 1515 y 1519 bajo la dirección de Francisco de Arruda, por orden del rey Manuel I. Esta torre fue concebida como parte de una barrera defensiva ideada por el rey João II, que consistiría en tres fuertes: el Fuerte de San Sebastián de Caparica, la Torre de San Antonio en Cascais y una tercera fortificación en Belém.
Lamentablemente, el rey João II falleció antes de que su deseo se materializara, y fueron veinte años después, bajo el reinado de Manuel I, que se levantó esta fortificación militar, finalizándose en 1519.
Originalmente llamada Torre de San Vicente de Belém en honor al santo patrón de Lisboa, en su interior aún conserva los cañones. Inicialmente ubicada en medio del curso del río, la urbanización gradualmente la acercó a la orilla.
A lo largo de los años, ha experimentado diversas reformas. En 1571 se llevó a cabo un refuerzo y, en 1580, tras un enfrentamiento con las fuerzas españolas lideradas por el duque de Alba, Portugal sufrió una derrota. Durante la época conocida como el dominio de los reyes españoles, se construyeron cuarteles de dos plantas sobre el bastión, un diseño que se mantuvo durante el siglo XX. Además, se añadieron las cruces de la Orden de Cristo y torres de vigilancia redondas.
La Torre sirvió como prisión hasta 1830. Incluso después del periodo español, los reyes portugueses la utilizaron como mazmorra y posteriormente como puesto de aduana para buques extranjeros, una práctica que cesó en 1833.
Entre 1865 y 1867, funcionó como faro y servicio de telégrafo.
En el siglo XX, se iniciaron trabajos de rehabilitación que incluyeron la eliminación de los cuarteles militares en las almenas y la construcción de un claustro interior. Entre 1997 y 1998, se llevaron a cabo tareas de limpieza y reestructuración que se conservan hasta hoy.
El acceso al interior se realiza a través de una pasarela que cruza un puente levadizo. La torre, con una altura de 35 metros, consta de cuatro pisos y una terraza. En el segundo piso, un balcón con arcadas y balaustradas muestra influencias venecianas. Una escalera de caracol dentro de la torre brinda acceso a los tres primeros niveles, que en días de gran afluencia pueden generar aglomeraciones; en el cuarto piso se encuentra una capilla. Desde la terraza superior, las vistas panorámicas de Belém y el río Tajo son espectaculares. En la parte sur de la terraza del claustro se ubica una imagen de la Virgen de Belém con el Niño en su mano derecha y un racimo de uvas en la izquierda, representando a Nuestra Señora de las Uvas o la Virgen del Buen Viaje.
Una vez en las terrazas exteriores, se puede apreciar la verdadera belleza de la torre, destacando las cruces lusitanas en las almenas y las ornamentaciones de estilo árabe que coronan las torretas de las cuatro esquinas.
Desde la terraza del piso superior, se obtiene una hermosa vista del río Tajo y del Monasterio de los Jerónimos.
Monumento a los Descubrimientos
Se ubica junto a la Torre de Belém y frente al Monasterio de los Jerónimos. Fue erigido en 1960 por el dictador Salazar para conmemorar el 500 aniversario de la muerte de Enrique el Navegante, ocupando el mismo lugar donde se encontraba una construcción provisional de la exposición de 1940.
Este monumento, con una altura de 52 metros, adopta la forma de un navío que se adentra en el río Tajo. Fue parte de las celebraciones en honor al quinto centenario de la muerte de Enrique el Navegante. En su cúspide, se erige la figura del Infante Enrique el Navegante, conocido por su papel en el descubrimiento de Madeira, Las Azores y Cabo Verde. Detrás de él, se sitúan destacados personajes de la historia portuguesa como Vasco de Gama, su hijo Esteban, Fernando de Magallanes, Alfonso V, Manuel I y Pedro Álvares Cabral.
El resto de figuras representan a navegantes, cartógrafos, capitanes, cosmógrafos, poetas, escritores, pintores y misioneros relevantes en esta era. La única mujer representada en este conjunto es Felipa de Lancaster, madre de Enrique el Navegante.
Además de las estatuas de estos personajes, el monumento incluye el escudo de Portugal, la espada de la dinastía Avis y la de Manuel I, monarca patrocinador de los viajes de exploración del siglo XVI.
En su interior alberga un espacio de exposición que presenta películas y diapositivas que narran la historia de Lisboa. A través del ascensor, los visitantes pueden acceder a la parte superior para disfrutar de unas vistas impresionantes de Belém y sus monumentos.
El pavimento frente al monumento consta de mosaicos regalados por el gobierno sudafricano, donde se representa una brújula gigante y en el centro un mapa que muestra las principales rutas de los descubridores portugueses de los siglos XV y XVI.
El acceso es previo pago y se puede visitar en horarios de 10:00 a 18:30 entre mayo y septiembre, y hasta las 17:30 el resto del año.
Lisboa, un tesoro histórico y monumental, continúa atrayendo a viajeros de todas partes del mundo. Sin embargo, su magnetismo no se limita a sus estructuras emblemáticas. Esta ciudad invita a una experiencia que se despliega en cada estación del año, durante el día y la noche, gracias a su vitalidad y su clima cálido que ofrece más de 3.000 horas de sol al año, apenas interrumpidas por unos 100 días de lluvia.
En el corazón de Lisboa se encuentran sus barrios, cada uno contando una historia propia, cada uno revelando una faceta única de esta metrópolis. Explorarlos es adentrarse en la esencia misma de la ciudad.
Los miradores, puntos privilegiados, ofrecen un espectáculo visual incomparable. Desde sus terrazas se contemplan vistas panorámicas que capturan la esencia de Lisboa, con el majestuoso río Tajo como telón de fondo.
Monumentos como el Monasterio de San Jerónimo y la Torre de Belém, reconocidos por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad, son faros que iluminan la historia y la grandeza portuguesa, rememorando épocas gloriosas y momentos cruciales.
A corta distancia de la ciudad, Sintra se erige como un tesoro oculto. Desde su reconocimiento como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1995, lugares como la Quinta A Regaleira, el Palacio Da Pena y Monserrate desvelan la riqueza arquitectónica y las influencias culturales que han moldeado esta región.
Lisboa, con su entrelazado entre un legado histórico imponente y una energía contemporánea vibrante, invita a los viajeros a sumergirse en su diversidad cultural. Más allá de los monumentos icónicos, esta ciudad cautivadora ofrece una experiencia sensorial e inolvidable para aquellos que buscan explorar sus calles empedradas y su corazón palpitante.