Trevinca Valdeorras
PARQUE NATURAL SIERRA ENCINA DE LASTRA
El parque Natural Sierra Trevinca Lastra, enclavado en el recorrido milenario del Camino de Santiago, trasciende el mero compendio histórico para ofrecer un regalo inigualable en forma de maravilla natural. Este rincón de Galicia, bañado por la majestuosidad de sus parques naturales y acariciado por los senderos serpenteantes del río Sil, despliega un encanto que trasciende la mera contemplación.
En el corazón de esta región se encuentra Encina Lastra, un parque donde la naturaleza alcanza su máxima expresión, tejiendo bellos.
Pequeñas poblaciones como Vilar de Silva, con sus casas de piedra y tejados de pizarra, nos transportan a un mundo de serenidad y paz. Este rincón pintoresco, cobijado entre montañas y abrazado por la quietud de su entorno, es un remanso para el alma, donde el tiempo parece detenerse para permitirnos apreciar la sencillez y la armonía de la vida rural.
Textos y fotos: Guillermo Cachero
Textos y fotos: Guillermo Cachero
Viajar, para mí, no se trata únicamente de moverme físicamente, sino de explorar el mundo y descubrir sus diversas facetas. Es una pasión que me impulsa con fervor.
Explorar el mundo no se limita a distancias lejanas. A veces, la verdadera aventura reside en descubrir los secretos de nuestro entorno cercano. En cada rincón y paisaje se esconde una narrativa única, una esencia que habla de la diversidad de nuestra tierra. Esta multiplicidad es donde encontramos la grandeza auténtica de nuestro mundo, una riqueza que invita a comparar, apreciar y maravillarnos ante la belleza que nos rodea.
Para mí, viajar no tiene limitaciones de lugar, clima o estación del año. Cada sitio, cambio de temperatura o estación alberga una belleza única que estoy dispuesto a descubrir y apreciar. Es en esa diversidad que encuentro la verdadera riqueza de cada experiencia de viaje.
En este reportaje, mi rumbo se dirige a Trevinca Valdeorras, en la estación otoñal, una población ubicada en Galicia, específicamente en la provincia de Ourense, a tan solo 55 km de Ponferrada, en la provincia de León. Valdeorras se convierte en la frontera que conecta estas dos regiones.
Cerca de allí se encuentra la encantadora población de O Barco de Valdeorras, vecina del impresionante Parque Natural de las Médulas en León. Estos parajes, con su espléndida naturaleza, son testigos de la magnificencia que nuestro propio entorno puede ofrecernos.
En Ponferrada, se erigió un castillo templario para resguardar a los peregrinos que anhelaban alcanzar Santiago de Compostela, marcando el inicio del llamado Camino de Santiago de Invierno. Esta población, cercana a Trevinca Valdeorras, se convierte en una estratégica alternativa desde la meseta durante los inviernos. Surgió con el propósito de sortear las empinadas cimas nevadas de O Cebreiro, punto de entrada del camino francés a Galicia, y evitar las crecidas de los ríos en el valle del Valcarce.
Este trayecto del Camino de Santiago, atraviesa joyas como Trevinca Valdeorras, Monforte de Lemos y la sublime Ribeira Sacra del Miño. Aunque menos transitado que las aclamadas rutas del camino francés o el portugués, se destaca por su entorno natural maravilloso, con parques de una belleza inigualable y senderos que serpentean alrededor del sereno río Sil.
Este itinerario, rebosante de encanto y serenidad, se revela como uno de los tesoros menos explorados del Camino Jacobeo. Sus paisajes cautivan al peregrino, brindando una experiencia singular y revelando la riqueza natural y cultural que se oculta en cada paso de esta ancestral senda.
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Historia Geológica y Transformaciones
La riqueza de los recursos naturales de Trevinca Valdeorras se fundamenta en su historia geológica. Pizarras, cuarcitas y esquistos componen gran parte de su suelo, marcado por cambios climáticos y etapas glaciares a lo largo de millones de años. Este proceso ha esculpido un paisaje natural único, con terrazas fluviales y cauces encajonados.
La comarca, acogedora de diversos pueblos a lo largo de los siglos, ha dejado testimonios megalíticos en la Sierra da Enciña da Lastra, así como trazos rupestres y petroglifos en varios puntos de su territorio.
Valdeorras en el siglo XXI
Hoy en día, Trevinca Valdeorras se erige en un crisol de historia, naturaleza y tradición vinícola. La comarca, aunque marcada por desafíos como la filoxera en 1882 o la emigración masiva en el siglo XX, a América del Sur primero y a Centroeuropa después, la recesión económica de la postguerra civil, el descenso del consumo de wolframio, la explotación de las canteras de pizarra a nivel industrial, y la instalación de embalses y centrales hidroeléctricas. Ha sabido mantener su identidad. Los municipios que la componen, con A Rúa, O Barco, Petín y otros a la cabeza, continúan siendo guardianes de esta rica herencia.
Valdeorras invita a exploradores modernos a descubrir sus encantos, desde la majestuosidad de sus parques naturales hasta la exquisitez de sus vinos, ofreciendo una experiencia que entrelaza pasado y presente en cada rincón de esta tierra gallega.
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Iniciamos nuestro periplo por los encantos del Parque Natural de la Sierra Encina de Lastra, donde la majestuosidad del paisaje se erige en un testamento visual de sublime belleza. Para sumergirnos en su corazón, atravesamos la pintoresca población de Vilar de Silva, un diminuto rincón repleto de moradas pétreas y techumbres de pizarra, donde la serenidad del ambiente despierta envidia en aquellos de nosotros que somos criaturas urbanas.
La hermosura de estas pequeñas aldeas es tan cautivadora que merecería ser respaldada por un edicto que prohíba su desgaste. Comprendemos que muchos de sus habitantes opten por migrar hacia las urbes, ya que sus ingresos están atados a los caprichos climáticos inherentes a las labores agrícolas.
Afortunadamente, nos hallamos inmersos en el siglo XXI, y los avances tecnológicos nos brindan la oportunidad de habitar en cualquier rincón del globo, por más remoto que sea. Es viable establecer nuestra morada en estas diminutas localidades donde la conectividad digital, la telefonía móvil y la comodidad de tener un vehículo al alcance de la mano nos permiten alcanzar cualquiera de las principales urbes en una hora o, como máximo, hora y media.
Tras atravesar la encantadora población de Vilar de Silva, yace el imponente Parque Natural de la Sierra de la Encina de la Lastra, un Edén natural que recibió la distinción de Parque Natural en el año 2002, enalteciendo así su valor medioambiental.
Este tesoro natural abarca una extensión de 3151,67 hectáreas, con una altitud media que se eleva a 684 metros sobre el nivel del mar. Se configura como un valle de piedra caliza, donde las laderas empinadas y acantilados dan cobijo a exuberantes bosques mediterráneos.
Nuestra travesía se sumerge en un sendero serpenteante, entre campos de cultivo que ondean con la brisa, huertas rebosantes de colores vivos, sotos de castaños que se entrelazan con pastizales de una verde sinfonía. La ruta despliega ante nuestros ojos una panorámica sobresaliente del río Sil embalsado, en la imponente presencia de Peñarrubia. Este majestuoso cortado calizo se alza verticalmente más de 150 metros, su superficie poblada por encinas y plantas endémicas, creando un santuario de nidificación para diversas especies de aves, entre las cuales destaca la imponente presencia del águila real y el halcón peregrino. Además, la fauna salvaje se manifiesta en su esplendor, con la presencia del jabalí, el corzo, el lobo y el astuto zorro.
Conforme se avanza la ruta se convierte en una experiencia cautivadora, donde sotos de castaños se entrelazan con los frutos rojos de los madroños, y la llegada del otoño revela sus tesoros en forma de variedades de setas que salpican el suelo del bosque. Para aquellos de nosotros que somos ignorantes en la ciencia de cada planta y cada árbol, la naturaleza despliega su magia, y las explicaciones de los expertos guías nos imparten sabiduría, elevándonos a un nivel más profundo de conciencia sobre la riqueza de estos parajes rurales.
La travesía nos colma de admiración, al descubrir que cada planta, cada árbol y cada centímetro de tierra son dones preciados que la madre naturaleza nos obsequia. Los guías, eruditos en la biografía del paisaje, nos revelan la interconexión de todo: ríos que dan vida, montañas que guardan secretos, árboles que respiran historia, animales, insectos, cada uno una pieza vital en el rompecabezas de la vida planetaria.
La riqueza de este ecosistema se manifiesta también en la abundancia de cuevas, conocidas aquí como "palas", que propician la formación de numerosas colonias de murciélagos, constituyendo las más destacadas de toda Galicia. Un atractivo adicional reside en la presencia de áreas de pasto de tipo mediterráneo, características de las zonas rocosas de montaña.
En pleno corazón del parque natural, nos topamos con un horno de cal, conocido en Galicia como "caleira" o "forno de cal".
Estos hornos desempeñaban un papel crucial al transformar la caliza en cal, una sustancia utilizada para encalar las fachadas de las viviendas, brindándoles impermeabilidad y aislamiento térmico.
Y para prevenir plagas y hongos en los cultivos, así como para desinfectar establos y corrales gracias a su potente capacidad desinfectante. Hasta el siglo XVII, aprovechando la corrosión de la cal viva, su uso era común en entierros, especialmente en tiempos de epidemias.
Otro empleo destacado era como placas o yeso, así como argamasa para revestir puentes y túneles.
Dada la relevancia de la cal, se erigían hornos de cal en lugares donde la madera y la piedra calcárea abundaban, marcando puntos estratégicos para la producción de este elemento fundamental.
En las inmediaciones de la serena aldea de Covas, se eleva majestuosa una encina milenaria, cuyas ramas susurran narrativas antiguas y misterios perdidos en el fluir del tiempo. Este imponente coloso arbóreo se presenta como un testigo imperturbable de los capítulos olvidados en estos parajes, donde la historia entrelaza su trama con la esencia misma de la naturaleza.
Las leyendas cuentan que este árbol centenario, de dimensiones grandiosas, fungía como faro natural para los viajeros de eras pasadas. En aquellos días remotos, cuando las sendas se entrelazaban entre bosques espesos y caminos polvorientos, la encina desplegaba sus ramas como brazos protectores, orientando a los viajeros errantes por los recovecos de este rincón suspendido en el tiempo.
Es ahí, en pie como un emblema que reclama ser el nombre que da identidad a este paraje, donde se erige como un monumento viviente. No es simplemente un árbol; para aquellos que se deleitan con fábulas y leyendas, la encina perdura como un faro de memoria, evocando los días en que las sendas se entretejían con hilos de historias y la naturaleza misma conducía a los viajeros a través de los laberintos del pasado.
Para aquellos que se aventuran a estos parajes no solo por la pureza del aire o la contemplación de paisajes, sino por conocer y entender cada rincón de su entorno, se revela una verdad trascendental. Cada planta, cada árbol y cada criatura son parte esencial de la vida en el planeta, recordándonos que en nuestra supuesta grandeza, como seres humanos, no somos más que visitantes humildes en el vasto escenario de la existencia.