HOSPITAL REYES CATÓLICOS
A poco más de 130 kilómetros de Lisboa y a unos 68 kilómetros de Coimbra, se erige Tomar, una pequeña ciudad que, con alrededor de 40,000 habitantes, mantiene viva una de las herencias más fascinantes de Portugal: la de los templarios.
Texto e imagenes: Guillermo Cachero
Este enclave histórico, estratégicamente situado en el centro del país, es fácilmente accesible desde cualquier ciudad importante gracias a su excelente red de transportes, ya sea por autopista o por tren. La estación de Tomar, ubicada a escasos metros del centro, ofrece conexiones frecuentes con Lisboa y salidas regulares hacia Oporto, Coimbra o Aveiro. Además, su red de autobuses, económica y eficiente, facilita el acceso a esta ciudad que parece detenida en el tiempo.
Constituida como ciudad en 1844, Tomar tiene sus raíces mucho más profundas, hundidas en el siglo XII, cuando Dom Afonso Henriques, el primer rey de Portugal, arrebató estas tierras a los moros en 1147. Poco después, en 1159, las donaría a la Orden del Temple, dando inicio a una de las etapas más gloriosas de su historia. El 1 de marzo de 1160 marcó el verdadero nacimiento de Tomar, con la colocación de la primera piedra de su castillo templario, que más tarde se convertiría en el imponente Convento do Cristo. La ciudad fue trazada siguiendo estrictas reglas templarias, con cuatro monumentos religiosos dispuestos en torno a ella, formando una perfecta cruz, símbolo de su misticismo y de la espiritualidad que impregnaba cada rincón de este lugar sagrado.
Tomar, conocida como la ciudad de los templarios, es mucho más que un destino histórico. Con su encanto irresistible, ofrece una amplia gama de hoteles acogedores y una gastronomía que seduce los sentidos. Para quienes buscan un punto estratégico desde el cual explorar la región, Tomar se revela como la opción ideal. Su proximidad a lugares como Fátima, Coimbra, Batalha y Alcobaça, todos parte de la Ruta de los Monasterios, convierte a la ciudad en un refugio perfecto para los viajeros que deseen sumergirse en el pasado medieval de Portugal.
Pero más allá de su relevancia histórica, Tomar es una ciudad de belleza serena. Entre sus rincones más emblemáticos se encuentra el Parque do Mouchão, un remanso verde a orillas del río Nabão, que invita a la calma y la contemplación. También destacan la Iglesia de San Juan Bautista, situada junto a la majestuosa Plaza de la República, y la Sinagoga de Tomar, un testimonio silencioso de su pasado multicultural. No menos importantes son la Iglesia de Santa María del Olivo y la Capilla de Nuestra Señora da Concierto, que completan el recorrido por una ciudad que respira historia y espiritualidad.
Los templarios en Tomar
Fundada en 1119 por Hugues de Payens y Bernardo de Claraval, la Orden del Temple se erigió como un bastión religioso-militar con un objetivo claro: proteger a los peregrinos en su travesía hacia Jerusalén. Esta orden, con sus ideales de devoción y defensa, no tardó en extenderse a tierras portuguesas, donde replicó su misión y construyó un legado en forma de imponentes castillos.
Uno de los más destacados es el castillo de Almourol, una fortaleza estratégica construida sobre un islote en medio del río Tajo. Este castillo, restaurado en el siglo XIX, fue testigo de numerosos eventos importantes. Para acceder al castillo, es necesario tomar un breve paseo en barca, lo que permite apreciar las mejores vistas del islote y su castillo, desde donde los visitantes pueden capturar las imágenes más icónicas del lugar.
A lo largo de la historia templaria en Portugal, otros castillos, como el de Pombal, Monsanto y Soure, formaron parte de un complejo defensivo que subraya la importancia templaria en la región. Sin embargo, ninguna ciudad alcanzó la relevancia de Tomar, considerada la joya templaria del país.
El castillo templario de Tomar y el Convento do Cristo, en lo alto de su colina, fueron fundados en 1160, bajo la dirección de Gualdim Pais, maestro de la Orden. Su diseño, acorde con las reglas templarias, reflejaba un misticismo palpable: cuatro monumentos religiosos dispuestos en torno a la ciudad formando una cruz perfecta.
Tomar se desarrolló alrededor del castillo templario y el Convento do Cristo. Con el paso de los siglos, Tomar no solo conservó su aura templaria, sino que supo florecer en otros aspectos. La iglesia de San Juan Bautista, situada en la Plaza de la República, con su imponente fachada manuelina y mosaicos blancos y negros, evoca las múltiples restauraciones que mantuvieron viva su historia. Desde esta plaza, también se alza la figura del fundador, Gualdim Pais, inmortalizado en una estatua que preside la ciudad.
Otro lugar emblemático de Tomar es el Parque de Mouchão, un pulmón verde en el corazón de la ciudad. Aquí, a orillas del río Nabão, tanto residentes como visitantes encuentran un respiro bajo la sombra de sus árboles, mientras observan a lo lejos la silueta del castillo, que sigue vigilando desde lo alto.
Tomar: las leyendas de su Festival de Tabuleiros
La historia de Tomar no solo se define por su esplendor arquitectónico y su herencia templaria, sino también por la magia de sus leyendas, especialmente las que cobran vida cada cuatro años durante el Festival dos Tabuleiros, una de las festividades más antiguas y coloridas de Portugal. Las calles de la ciudad se transforman en un escenario vibrante, donde se rinde homenaje a tradiciones ancestrales, fusionando la religión cristiana con antiguos ritos paganos. Y en el corazón de esta celebración, dos leyendas destacan por su importancia: la de la reina Santa Isabel y la de la diosa Ceres.
La leyenda más célebre, profundamente arraigada en la tradición del festival, narra la vida de Isabel de Aragón, más conocida como la reina Santa Isabel, esposa del rey Dionisio I de Portugal. Santa Isabel, famosa por su piedad y actos de caridad, solía repartir pan entre los más necesitados de Tomar, una práctica que su esposo no aprobaba. En una ocasión, cuando la reina llevaba pan oculto bajo su manto, el rey, sospechando de sus actividades, le preguntó qué llevaba. Ella, con serenidad, respondió que llevaba rosas. Al abrir el manto, para asombro del rey, no encontró pan, sino hermosas rosas, a pesar de que no era temporada de flores. Este milagro no solo impresionó a Dionisio, sino que lo convenció de apoyar las obras caritativas de la reina, y así, su bondad quedó grabada para siempre en la memoria del pueblo.
Este prodigio de la reina Santa Isabel inspiró parte del Festival dos Tabuleiros, donde las mujeres de Tomar, siguiendo una antigua tradición, llevan sobre sus cabezas los tabuleiros, bandejas adornadas con panes, flores y mazorcas, en una procesión que recorre las calles de la ciudad. El pan, símbolo de la caridad de la reina, se reparte en la actualidad entre los más necesitados, perpetuando un acto de solidaridad que remonta sus orígenes a esta leyenda medieval.
Sin embargo, otra leyenda vincula el festival a un culto aún más antiguo: el de la diosa Ceres, deidad romana de la agricultura y la cosecha. Ceres, símbolo de la fertilidad y la renovación de la vida, era venerada por su capacidad para bendecir los campos y asegurar la prosperidad de la comunidad.
A lo largo de los siglos, esta festividad pagana fue incorporándose al calendario cristiano, y las ofrendas a Ceres se transformaron en una muestra de gratitud al Espíritu Santo, cuyos símbolos coronan los tabuleiros que las jóvenes mujeres llevan durante la procesión. En la parte superior de cada bandeja se encuentra una paloma blanca, símbolo de paz y del Espíritu Santo, y una corona que representa la realeza celestial. Este gesto de alabanza y agradecimiento sigue siendo un acto central del festival, una fusión entre lo divino y lo terrenal, entre lo antiguo y lo moderno.
El Festival dos Tabuleiros, con sus leyendas entrelazadas, es un recordatorio vibrante de cómo Tomar ha sabido preservar sus raíces, manteniendo vivos relatos que hablan de milagros y cosechas, de reinas generosas y diosas poderosas. Cuando las calles de la ciudad se llenan de colchas bordadas en las ventanas, flores y la música que acompaña a las jóvenes portadoras de los tabuleiros, Tomar revive esas antiguas historias con un fervor que trasciende los siglos, haciendo de esta pequeña ciudad templaria un lugar donde la historia y la leyenda siguen latiendo al unísono. Tomar es, en esencia, la memoria viva de los templarios y un reflejo de cómo la historia y la fe se entrelazan en una ciudad que, a pesar de los siglos, sigue rindiendo culto a sus raíces.
El Convento de Cristo: La joya templaria de Tomar
En el corazón de Portugal, sobre la colina que domina la ciudad de Tomar, se erige el Convento do Cristo, una maravilla arquitectónica cuya historia está entrelazada con la Orden del Temple y la Orden do Cristo. Este lugar, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1983, no solo es el alma de Tomar, sino también uno de los tesoros históricos más valiosos del país.
Fundado en 1160 por el maestre templario Gualdim Pais, el convento nació como un bastión templario dentro del Castillo de Tomar, un enclave de origen islámico que data del siglo IX. Este castillo, construido estratégicamente para defender a Portugal de las continuas invasiones musulmanas, fue clave en la lucha por el territorio. Con la disolución de la Orden del Temple en el siglo XIV, el castillo no se perdió en el olvido. En lugar de ser destruido o confiscado, pasó a manos de la recién creada Orden do Cristo en 1319, cuando el rey Dionisio I se negó a perseguir a los templarios y reconvirtió su legado en una nueva orden militar: la Milicia de los Caballeros do Cristo.
Bajo la tutela de la Orden do Cristo, el convento se convirtió en algo más que un lugar de rezo. Durante la Era de los Descubrimientos, el convento fue un pilar en la expansión marítima de Portugal. Bajo el liderazgo del Infante don Henrique, conocido como Enrique el Navegante, Gran Maestre de la Orden do Cristo, el convento se convirtió en un centro neurálgico que apoyaba las ambiciones exploratorias del país. No es casualidad que las velas de las carabelas portuguesas que surcaron los océanos en busca de nuevas tierras llevasen la cruz de la Orden do Cristo, un símbolo que aún hoy evoca el espíritu de conquista y fe de aquellos tiempos.
La arquitectura del Convento do Cristo es una obra maestra que refleja las diversas influencias y estilos que marcaron su evolución a lo largo de los siglos. Románico, gótico, manuelino, renacentista y barroco se entremezclan en un conjunto armonioso, donde cada rincón del convento cuenta una historia. Entre sus elementos más destacados se encuentra la Charola, una iglesia de planta circular construida en el siglo XII, inspirada en los templos redondos que los templarios levantaban, emulando el Santo Sepulcro de Jerusalén. Este diseño circular no solo es un homenaje a la espiritualidad, sino también un reflejo del misticismo templario.
Otro de los símbolos del convento es la ventana manuelina, un impresionante ejemplo de este estilo portugués que se caracteriza por sus motivos náuticos, un claro guiño a la estrecha relación de Portugal con el mar. Esta ventana, situada en el Claustro Principal, es uno de los mejores exponentes del arte manuelino y uno de los más admirados por los visitantes.
En la actualidad, el Convento do Cristo sigue siendo un lugar de profunda relevancia histórica. Abierto al público, no solo es un museo, sino también un espacio donde se celebran exposiciones y eventos culturales. Las labores de restauración son continuas para preservar la grandeza de este monumento, que cada año atrae a miles de visitantes que recorren sus patios, claustros y salas, y disfrutan de las impresionantes vistas desde lo alto del castillo.
Entre los claustros, destaca el Claustro de los Felipes, donde en 1581 el rey Felipe II de España fue proclamado también rey de Portugal, uniendo temporalmente las coronas de ambos reinos. Este claustro, de exquisita factura, es un recordatorio de los momentos decisivos que han tenido lugar dentro de los muros del convento. También, en el claustro del cementerio, los visitantes encuentran un pasillo que los guía hacia un sereno jardín, adornado con flores y rodeado por majestuosas arcadas góticas.
El Convento do Cristo es mucho más que un conjunto de edificios; es un símbolo de la historia medieval y de la profunda influencia de las órdenes religiosas militares en la conformación de Portugal. Cada piedra, cada fresco en las paredes de la rotonda, cada arco gótico y cada ventana manuelina cuenta una historia de fe, poder y resistencia.