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REYES HOSPITAL  CATHOLICS

Albi, un tesoro a 76 km de Toulouse, ostenta el título de Patrimonio Mundial de la UNESCO desde 2010. Rodeada por las aguas del río Tarn, esta ciudad se viste con la belleza de sus paisajes y se tiñe de un color singular gracias a los ladrillos de arcilla roja extraídos de sus aguas. En su corazón histórico late un edificio icónico: la iglesia de Santa Cecilia, la protagonista de este relato.

Para quienes desean explorar Albi desde España, la opción ideal es el tren de Alta Velocidad de Renfe-SNCF en Cooperación, que conecta Barcelona, Girona y Figueres con Toulouse. Desde la estación de Toulouse Matabiau, los trenes TER de media distancia enlazan con Albi. También, si llegamos vía aérea a Toulouse, disponemos de veinte trenes diarios, con un trayecto de aproximadamente una hora hasta Albi.

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Este itinerario emerge como una manera perfecta de explorar el sur de Francia: algunos días en Toulouse y un par en Albi. Sin embargo, este artículo no tiene como foco la ciudad de Albi en sí misma, sino la catedral de Santa Cecilia y su relación con la denominada "secta" de los Cátaros, conocidos como albigenses. Para entender la historia de los "PUROS", Albi es esencial.

El nombre "Albi" deriva de "Alb", cuyo significado es blanco, similar a "Albania" y "Albino". De aquí proviene el término "cátaros", que se traduce como "Puros". Junto a la exploración de esta hermosa ciudad, impregnada de gastronomía exquisita, se pueden visitar sus museos, como el Toulouse-Lautrec, albergado en el Palacio de la Berbie, junto a la catedral de Santa Cecilia. Este edificio medieval fortificado fue la antigua residencia episcopal y hoy honra al pintor albigense, Henri Toulouse-Lautrec, maestro en retratar el París bohemio del siglo XIX.

La colegiata y el claustro Saint-Salv, en honor al primer obispo de Albi en el siglo VI, conforman un rincón románico en la esquina de la plaza Sainte-Cécile. Pasear cerca del río, cruzar sus puentes y maravillarse con la ciudad, especialmente al atardecer, son experiencias memorables. El Parque Rochegude, un pulmón verde esencial, espera ser explorado.

Descubrir el centro histórico y recorrer los variados mercados es otro deleite: el mercado de productos agrícolas en Plaza Lapérouse (los sábados por la mañana), el mercado biológico en Plaza Fernand Pelloutier (los martes), y el mercado de creación y libros en la calle Mariès (miércoles y sábados).

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El Puente Viejo, construido en piedra a mediados del siglo XI, se erige como testigo de ocho siglos de historia. Su evolución es notable, con torre-puerta, capilla y puente levadizo en la Edad Media, y casas sobre sus pilares entre los siglos XIV y XVIII. Aunque fueron demolidas después de una crecida del río en 1766, en 1820 fue revestido de ladrillos. Este monumento histórico ha nutrido la prosperidad de la ciudad y sigue siendo parte de su vida, con el tráfico interurbano circulando por encima en tiempos de la revolución automotriz.

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Catedral de Santa Cecilia
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Adentrarse en la catedral de Santa Cecilia es abrir las páginas de un libro cuyas palabras narran la supremacía de la iglesia católica frente a la herejía cátara.

Impresionante y majestuosa, visible desde todos los rincones de la ciudad, la catedral se erige en ladrillo a lo largo de dos siglos, desde 1282 hasta 1498. Aunque ajena a los cátaros y desprovista de signos de esta herejía, su construcción adquiere un significado más profundo. Surgió como símbolo de poder de la iglesia católica, aniquilando cualquier vestigio de la religión cátara que la precedió.

Emergiendo en el escenario donde alguna vez se integró al sistema defensivo del Palacio de la Berbie, erigido entre 1250 y 1260 en un promontorio fortificado que dominaba el río Tarn, la catedral adopta un aire más fortaleza que palacio episcopal, reafirmando el poder eclesiástico. Su construcción se nutrió de los recursos obtenidos del diezmo de las parroquias durante las cruzadas contra los cátaros.

Contemplar el esplendor del edificio gótico meridional es un deleite para los sentidos. Con sus imponentes 113 metros de longitud y 35 metros de ancho, y un campanario que se alza a 78 metros, coronado en 1492, el exterior asombra por su arquitectura singular. Pero es solo el preludio de la belleza que aguarda en su interior.

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Las robustas columnas de ladrillo y la puerta sur ofrecen el baldaquino con espirales, capiteles planos, escudos y figuras. La influencia manuelina portuguesa se revela en su arquitectura, construida en piedra blanca y revestida con una ornamentación exuberante, contrastando con los desnudos y poderosos muros de ladrillo. Un mensaje arquitectónico que transmite la transición del mundo profano al sagrado frente a la iglesia protestante.

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Una vez dentro, la belleza de la pintura mural del Juicio Final, justo debajo del órgano, cuenta la esencia misma de la construcción de la Basílica. El fresco representa el cielo en la parte superior, la tierra en el centro y el infierno en la parte inferior. Datado entre 1509 y 1512, su propósito era transmitir un mensaje que contradecía las mentiras propagadas por la herejía cátara. Este fresco se erige en un símbolo de los principios de la iglesia católica, ya que los cátaros no creían en el infierno.

La religión cátara se basaba en el dualismo del bien y el mal, donde Dios creaba el alma inmortal. Creían en Cristo como el profeta del amor, el ungido solar que se enfrentó a un mundo dominado por Satanás, para decir la verdad al mundo, de unos   "ángeles caídos" que gobernaban y originaban un reino de mal, copiado del cielo, así, se convirtieron en reyes, sacerdotes militares y jueces donde gobiernan y deciden que acontecimientos ocurren en el planeta, ellos provocan las guerras, anulan la voluntad de los pueblos y deciden qué o quienes gobernaran. Este es para ellos el "Paraíso terrenal.

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Los frescos en la bóveda, con colores excepcionales, despliegan una grandiosidad asombrosa. El distintivo "azul real" recubre el techo, una mezcla de lapislázuli y óxido de cobre que asegura su conservación. Aunque estos frescos fueron dañados en el siglo XVIII para generar una capilla, persisten como testigos históricos.

Y, como un regalo adicional, los maravillosos conciertos que acontecen en la Basílica se suman a su encanto. Aunque sus fechas varían, estos eventos excepcionales permiten experimentar la acústica extraordinaria. Personalmente, como fotógrafo, he capturado innumerables momentos en paisajes y monumentos, pero fotografiar la catedral mientras se escucha un concierto con canciones de Sarah Brightman ha sido una de mis gratificaciones más significativas.

La catedral de Santa Cecilia es más que una estructura arquitectónica; es un testigo silencioso de la historia y un faro de belleza que trasciende el tiempo.

EL ALTAR
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El interior de la catedral respira el gótico flamígero, albergando imágenes de santos que consagraron sus vidas a Dios. Sin embargo, este espacio contrasta abruptamente con las creencias cátaras, que rechazaban la jerarquía oficial de la Iglesia Católica y cualquier forma de culto a las reliquias e imágenes. Aunque carecían de templos, contaban con una jerarquía propia conformada por obispos y perfectos, cuyo ritual "Consolament" una especie de imposición de mano que daba la bienvenida a la vida cátara y en los últimos suspiros.

Los cátaros desafiaron y rechazaron todo aquello que encarnaba la Iglesia Católica, denunciando a sus líderes como "corruptos" por su ostentación. Los Perfectos, su cúspide jerárquica, adoptaron un atuendo de pureza, vestidos de blanco, vegetarianos y descalzos, guiados por la búsqueda incesante de la pureza, la esencia del ser cátaro que se buscaba en un ciclo de reencarnaciones hacia la virtud.

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Desde el coro se tiene una visión del altar y su ábside, donde sobresalen sus cristaleras y el magnifico techo decorado con figuras celestiales y el color azul que se encuentra en un excelente estado de conservación.

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Fachada deambulatorio con imágenes de los profetas mayores  del Antiguo Testamento, entre otros, de Elias, Isaias y Moisés.

En la parte principal del deambulatorio y su entorno, se encuentran estatuas policromadas de personajes relevantes y de profetas mayores, en su mayoría provenientes del Antiguo Testamento. Este conjunto es particularmente inusual en una iglesia católica y destaca la presencia de dos figuras femeninas, Esther y Judith. Esta elección tiene su origen en las creencias cátaras, quienes rechazaban el Antiguo Testamento. Los cátaros sostenían que este estaba redactado por fuerzas demoníacas para ejercer dominio sobre los habitantes del mundo, manipulado por escribas y fariseos. Además, argumentaban que había sido extraviado en tres ocasiones y que el sanedrín lo había censurado y manipulado, llevando a la condena de Jesús mediante leyes tergiversadas. Estos herejes solo confiaban en el Evangelio de Juan del Nuevo Testamento, al considerarlo el único relato que capturaba la esencia de las enseñanzas de Cristo: el Amor.

Al igual que en otras secciones de la catedral, estas imágenes tienen el propósito de orientar a los creyentes hacia lo que se considera como la "verdad", alejándolos de las creencias herejes de los Cátaros. A través de estas representaciones, se busca afianzar la convicción de que tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento son la palabra de Dios. Desde la perspectiva católica, el Antiguo Testamento aborda a los profetas, figuras divinamente inspiradas que asistieron a la humanidad, revelando los propósitos y la gloria de Dios, el advenimiento del Mesías, la misión del pueblo de Dios entre las naciones, y los fundamentos esenciales de la moralidad. Y que según la iglesia católica incluso Jesús reconoció a los profetas anteriores a su tiempo. En cuanto al Nuevo Testamento, este incluye imágenes de los apóstoles, la Virgen María, San Juan Bautista, San Pablo y Santa Cecilia, todos ellos personajes relevantes en la tradición católica.

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Bellísima estatua policromada de Santa Cecilia, con tonos de azul y oro.

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EL CORO
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El coro se presenta como un tesoro inigualable en su belleza tallada en piedra blanca, una maravilla del gótico flamígero. A pesar de conservar 150 de las 280 estatuas originales, este espacio es la única catedral que aún mantiene su coro íntegro. Cada talla, cada rincón de esta sección guarda un profundo significado en la lucha contra la herejía cátara.

Cada detalle en la catedral adquiere un sentido profundo en su contexto histórico. El cierre del coro, compuesto por 33 paneles que representan los años de la vida de Cristo, y la bóveda del sillón episcopal con siete rosas y doce casquillos, revelan simbolismo. El roble y la viña rememoran la Primera y Nueva Alianza, respectivamente, transmitiendo un mensaje al fiel.

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El fervor religioso unió a la nobleza francesa y aragonesa en una cruzada que trascendió a genocidio, ya qué aprovecharon y por el mismo rasero masacraron a judíos, árabes y católicos. Bajo el liderazgo del arzobispo inquisidor Arnaldo Amalric, se pronunció la fatídica frase: "matadlos a todos, que cuando estén ante Dios, él reconocerá a los suyos". El castillo de Montsagur se convirtió en el último bastión cátaro, resistiendo durante 10 meses antes de sucumbir ante las llamas.

Ocho siglos después, la Iglesia Católica, representada por el Papa Francisco, ha expresado su arrepentimiento por este oscuro episodio. Al visitar esta catedral asombrosa, invito a mirar cada detalle con nuevos ojos, absorbiendo la narrativa de una lucha ideológica entre la Iglesia Católica y los albigenses, cuyos ecos reverberan en cada imagen, escultura y rincón de este monumental edificio. Con cada paso, se percibe la reafirmación de la iglesia católica contra aquellos llamados herejes, respaldada por el Papa Inocencio III y su santa cruzada contra los Albigenses, que firmó un decreto para despojarlos de todos sus bienes. Además, se unió el rey de Francia, interesado en la conquista del sur, dictando que toda la tierra poseída por los cátaros podía ser confiscada. Curiosamente, aquellos que lucharan durante 40 días contra los herejes quedarían libres de pecado, una demostración de cómo las creencias religiosas se entrelazan con las ambiciones políticas y territoriales.

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